El telefono sonó tres veces, antes de que pudiera atenderlo. La verdad, ya no me importaba saber qué pasaba, quien llamaba o para qué. No me importaba saber quién seguía vivo, porque la persona que me mantenía a mi viva ya no estaba en este mundo.
Corté la llamada dos palabras después.
Me había despertado contenta, feliz al ver el primer día de sol en tres meses, y estaba planeando toda mi rutina alrededor de este hecho intrascendente. Después de todo, no sabía cuando volvería Dios a tenerme compasión y mandarme la luz del sol. Así que, como es natural, lo llamé a él primero.
El teléfono sonó más de tres veces, pero nadie respondía. Algo oprimió mi corazón, pero deseché cualquier pensamiento oscuro que mi cabeza hubiera sembrado. Más bien, imaginé los posbiles escenarios que llevarían a que mi sol personal no contestara una llamada mía.
La ducha, dormido, el desayuno, sus padres, el teléfono sin sonido... todas esas ideas cruzaron por mi mente mientras volvía a marcar el número, esta vez sin esperar su respuesta. Tres veces sonó de nuevo sin que él atendiera.
Ansiedad se volvió a atorar en mi garganta. Decidida a hablar con él, sin importar lo que pudieran pensar sus padres de una llamada mañanera, teclé el número de su casa, con un hoyo en el estómago por lo que pudiera suceder.
Tres veces sonó, y tres veces más. Y nadie atendió.
Pánico.
Dolor.
Corrí a través de las pocas calles que separaban nuestras casas, con la firme intención de encarar los hechos, fueran los que fueran. El estómago lo tenía hecho trizas, la gente se quedaba observando mis pijamas, y las piedras del pavimento se enterraban en mis pantuflas, pero necesitaba saber la verdad.
Y la verdad era un eclipse permanente, del que mi sol personal nunca podría salir.
Tres veces sonó mi teléfono otra vez. Esta vez, lo dejé así: la voz que yo necesitaba oir, no se comunicaba por teléfono.
tu historia me mantuvo como el final de alma de hierro... al borde de la silla. Pero deberías de decir qué es cierto y qué no !
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