Y después, la magia comenzaba. Los aspersores (y me refiero a las cositas esas para regar el pasto... aunque supongo que no debo aclararlo) se encendían para mantener los jardínes vivos, y el viento se llenaba de ese olor delicioso a tierra mojada y de esa humedad de la que estoy tan acostumbrada cuando voy a Veracruz pero de la que Monterrey tristemente carece. Era como estar en equilibrio con todo. Y si a eso le añades una bellísima luna, en cualquier fase, adornando el cielo, la verdad que es uno de esos momentos que no cambiaría por nada.
El problema es que duraba muy poco. Alertadas por el agua, las cucarachas (y otors bichos, supongo... las que me dan miedo son las cucarachas) comenzaban a salir por todos lados, amenazando con ir hacia mis pies... era mi momento de huir hacia mi cuarto, el cual tampoco estaba nada mal. En el segundo piso, la primer puerta subiendo por las escaleras, esa era mi habitación. Y mi lado era el derecho, así que tenía la mejor ventana de las dos: podía abrir la ventana, salir al techo de la mini sala de abajo, y disfrutar el rocío y la extraña luminosidad de la alberca. Durante el día era perfecta para ver extranjeros guapos (y no tan guapos) tomando el sol tratando infructuosamente de darle color a su pálida piel, y durante la noche era el mecanismo perfecto para relajarse viendo el vaivén del agua movida por el viento. El único pero eran los mosquitos, quienes atraidos por la humedad se daban festines con la sangre de todo el que se dejara, pero como mi sangre nunca ha sido atrayente para ellos, yo me la pasaba con madre (palabra regia que ahora me dan ganas de usar).
Tenía mucho que no pe
nsaba en eso, hasta ayer. Obligada a ir al tec por la junta del servicio social, terminé dando vueltas esperando que alguien apareciera y me pudiera salvar pues no tenía monedas suficientes para irme a mi casa; ese alguien no llegó. Por el contrario, regresé a biblioteca -el punto de partida de mi paseo nocturno- en donde mi compañero de ssc se había quedado a practicar un poco de guitarra. "¡Me salvé!" fue lo que pensé, no porque el pudiera llevarme a mi casa sin cobrarme, sino porque tal vez el podría completarme para tomar un taxi o siquiera el autobús. Pero terminé haciendo algo no planeado: me quedé a escuicharlo para que después él pudiera llevarme a mi casa.Creo que es uno de los momentos más relajantes que he tenido. Estábamos en aulas dos, en la banca de cemento en el pasillo, y él tocaba unas de las piezas más complicadas que haya visto y oido, con muy pocos errores (es muy fácil equivocarse, y a pesar de eso, la música parecía salir de algún video/grabación escondido, y no de la guitarra, lo cual me tenía completamente fascinada... así como los movimientos de sus dedos en las cuerdas y los gestos de frustración y alegría de su rostro), y yo solo podía pensar que la noche era deliciosa, y pasarla con alguien que estaba tan feliz con lo que hacía la hacía increible. Era como que todas mis defensas, mi estrés, mis barreras hubieran caído en ese momento, y me sentía capaz de lograr cualquier cosa, hasta de ser lo sufciientemente valiente...
El momento pasó, desafortunadamente, y como no estaba frente al niño con quien necesitaba desahogarme, las palabras planeadas volvieron a atorarse y perderse en algún lugar de mi cabeza. El chiste ahora es saber donde... Mientras tanto, pasé una de las noches más hermosas en compañía de un chico de los que ya no existen con el viento arruinandome el peinado.
Son esos pequeños momentos los que te dan la felicidad.
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